Fabricio A. Lanzillotta y Rodrigo Morales Zorich
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CÁLAMO / Revista de Estudios Jurídicos. Quito - Ecuador. Núm. 20 (Enero, 2024): 85-97
ISSN Impreso 1390-8863 ISSN Digital 2737-6133
Cálamo 20
Enero 2024
Por otra parte, el cuento se desarrolla en un campo cer-
cano a Villegas, mientras que, en la película, y el nal
también, es en un campo de la Provincia de Buenos
Aires. Además, él camina quinientos metros desde su
casa hasta el galpón, donde precisamente se encuentra
su apresado. Antes de llegar a su destino, esta persona
sin un nombre dado:
Sabía que lo mejor que podía esperar era no ser
jamás descubierto y terminar allí, sepultado para
siempre en una vida neutra, rutinaria y despo-
jada de toda compañía. Pero el hombre no se
arrepentía porque, al mismo tiempo, considera-
ba que peor habría sido dejar las cosas como los
demás las habían dejado antes que él. (Sacheri
2016, 41)
Y es en este punto donde se produce la coincidencia
que permite despejar todo tipo de duda:
“Levántese, Gómez”, ordenó en un tono cortante
y cargado de desprecio. En el fondo del galpón y
dentro de la celda cuadrada de unos cinco metros
de lado, un bulto que yacía en una cama estrecha
fue irguiéndose y adoptando forma humana. El
hombre se acercó tratando de dar naturalidad a
sus movimientos, de dotarlos de una desenvoltura
que le era, no obstante, ajena. Con otra llave abrió
una estrecha puerta cuadrada, de unos treinta cen-
tímetros de lado, practicada en la propia reja de la
celda, y pasó por ella la taza de café, el sándwich
y las manzanas. Aunque no levantaba la vista de
su labor, estaba completamente pendiente de los
movimientos del otro. Al menor gesto abrupto que
hubiese percibido, el hombre habría retrocedido
de inmediato. Pero no ocurrió nada. Nunca ocu-
rría nada. Aun sin mirarlo sabía que Gómez estaría
mirándolo con la expresión vacía de sus ojos vi-
driosos, con los brazos rendidos a los costados del
cuerpo, con la respiración mansa y profunda de su
cautiverio sin sorpresas. (Sacheri 2016, 42-43)
La coincidencia con el desenlace de la película El
Secreto de Sus Ojos es indudable. En ésta, Benjamín
Espósito se encuentra con un Isidoro Gómez devasta-
do, alguien que nada tiene que ver con quien cometió
aquel horrendo crimen (las secuencias no dejan dudas
de su autoría), que hubiera merecido, desde ya, la pena
de cárcel. En cambio, esta pena fue reemplazada por
un encierro solitario, sin n y sin contacto alguno con
otras personas, más allá de su carcelero.
Es cierto que en la película Ricardo Morales (el perso-
naje interpretado por Pablo Rago), en su rol de celador
autoimpuesto, no le dirige palabra alguna, a pesar de que
éste es el único pedido que el destrozado Gómez le hace
por intermedio de Espósito (en concreto, le dice: “por
favor... pídale que aunque sea me hable”). En el cuento,
la fecha del encierro parece ser el 16 de noviembre de
1973, y, por otra parte, existen algunas coincidencias
menores (como la profesión del banquero del viudo de
Liliana). Pero se tratan de detalles que no hacen la esen-
cia de este nal, donde radica la sustancial diferencia
entre el libro y la película, que, se insiste, halla su origen
en este cuento del propio Eduardo Sacheri.
De esta manera, el desentrañar la raíz del nal de esta
película trasciende una mera licencia artística. En efec-
to, lo que se puede observar es que los guionistas han
decidido dar un nal tan poderoso como polémico,
donde el espectador se encuentra ante una contradic
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ción: dado que el sistema no puede brindar respuestas
adecuadas a la víctima, ella decide actuar por su cuenta,
al margen de la ley. A su vez, esta justicia por mano pro-
pia despierta las siguientes interrogantes: ¿cuándo una
persona decide tomar una determinación como ésta?
¿Por qué este nal resulta asombroso, pero posible, en
el escenario planteado por la película?
Para responder estas preguntas es preciso recordar
una frase clave en la película y que no se encuentra
en el cuento. Cuando Espósito ve el panorama escalo-
friante inspirado en el cuento –propio de este castigo
que, además de personal, es inusual, a la medida de la
atrocidad del delito cometido por Gómez– recuerda
a Morales diciéndole: “Usted dijo perpetua”. Esta era
la razón por la cual el protagonista, encarnado por
Ricardo Darín, le había prometido al devastado es-
poso de Liliana que frente al horrendo crimen solo
podía caber la prisión perpetua como pena. Al haber
fallado el sistema, Morales decidió hacer justicia por
cuenta propia, haciendo que el ciudadano reemplace
al Estado en su rol de monopolizador de la violencia
legítima.