14 CÁLAMO / Revista de Estudios Jurídicos. Quito - Ecuador. Núm. 20 (Enero, 2024): 11-21
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Hannah arendt frente al Derecho y la literatura
Cálamo 20
Enero 2024
Aun cuando nuestra lósofa no elabora una sistemática
sobre el arte, sí despliega una teoría fenomenológica que
relaciona arte, vida activa y temporalidad. Dicha teoría
se encuentra expuesta principalmente en La condición
humana (1958) y en el ensayo “La crisis en la cultura: su
signicado político y social” (1960). Para Arendt, como
para otros pensadores, la gran pregunta del ser humano
se relaciona con la mortalidad y la forma de superarla:
¿cómo alcanzar la inmortalidad en tanto seres nitos?
Como sabemos, una diferencia primordial que tuvo
Arendt con Heidegger fue su visión con respecto a la
muerte. Para él, la especie humana nace para la muerte,
mientras que para Arendt nacemos para comenzar. A
la pregunta ya planteada, ella responde con lo que el ser
humano es capaz de crear y no con el límite temporal
por excelencia. En ese sentido, uno de los conceptos
sobre el cual reexiona es la categoría de mundo, que
no es homologable a la Tierra o a la naturaleza, sino
que se relaciona con lo que se encuentra entre los se-
res humanos. Es aquello a lo que arribamos cuando
nacemos y que dejamos atrás cuando fallecemos. Este
mundo, que nos sobrevivirá, tiene un carácter de per-
manencia y durabilidad, hace que lo depositado en él
posea también esos caracteres. A partir de esta visión,
por ejemplo, podemos pensar en una civilización, esto
es, el conjunto de costumbres, ideas, cultura y conoci-
mientos, a los cuales los seres humanos damos forma y
que nos sobrevivirán una vez que hayamos partido del
planeta. Entonces, para dotar de mundo nuestra expe-
riencia en la Tierra, los seres humanos desarrollamos
actividades y fundamos instituciones que desafían el
tiempo. Por otro lado, fabricamos objetos en base a los
cuales satisfacemos nuestras necesidades vitales, de tra-
bajo, culturales y de entretención. Tanto las actividades,
como las instituciones y los objetos que creamos tienen
la pretensión de traspasar la contingencia, permitiendo
estabilizar la convivencia de seres mortales y diversos.
Dentro de estas actividades e instituciones permanen-
tes encontramos la política, la historia, la losofía y el
arte. En esta última, Arendt pone especial atención al
objeto cultural denominado obra de arte (Bosch 2021).
En el capítulo titulado “La permanencia del mundo
y la obra de arte”, de La condición humana, y en el
ensayo “La crisis en la cultura: su signicado político
y social”, Arendt establece dos características funda-
mentales para denominar a una obra como arte. La
primera es su permanencia, y la segunda es su inuti-
lidad (Arendt 1998). En cuanto a su permanencia, al
tratarse de objetos fabricados por el ser humano, pa-
san a ser los más mundanos de todos, compartiendo
espacio con otros, como lo son los muebles. Esto es
algo que todo lector puede constatar: nuestros libros
comparten espacio con vasos en la cocina, con plantas
en la sala de estar y hasta con el champú en el baño.
Ya no sé dónde poner mis libros, es la queja de los
bibliólos. En ese sentido, la mundanidad de los libros
es total. La natural consecuencia de ello es su acotada
durabilidad. Si aplicáramos categorías jurídicas, diría-
mos que se trata de bienes corporales, pues pueden ser
percibidos por los sentidos y, además, muebles, pues
pueden desplazarse de un lugar a otro sin detrimento
de estos. Su materialidad se impone claramente. Pero
también existe un carácter inmaterial de estos objetos
que hace que trasciendan dicha esfera más concreta.
Ese elemento es su condición de testigo de la civiliza-
ción, su quintaescencia, “the lasting testimony of the
spirit which animated it” (Arendt 1961b, 201).
En relación a su inutilidad, la obra de arte tiene esa ca-
racterística, pues no está hecha para el consumo, para
satisfacer las necesidades biológicas, sino que plasma
en sí lo humano, ese yo individual que se libera en la
obra de arte, que no está mediado por la categoría de
medios y nes como sí lo están las restantes cosas. Una
cuchara sólo va a justicar su existencia en tanto sirva
para tomar la sopa. Pero el urinario de Duchamp, jus-
tamente, distorsiona la utilidad de los bienes muebles y
los torna en inútiles, esto es, artísticos.
Permanencia e inutilidad se contraponen al discurso
del consumo en sociedades de masas como las nuestras,
donde la entretención es el valor por el cual se miden
las obras humanas. La obra de arte, producto cultural
por excelencia, excede al consumo, se torna inmortal y
al hacerlo eterniza al ser humano. Dice Arendt:
It is as thought wordly stability had become
transparent in the permanence of art, so that
a premonition of inmortality […], something
inmortal achieved by mortal hands, has beco-
me tangibly present, to shine and to be seen, to
sound and to be heard, to speak and to be read.
(1998, 168)